Thortamon, tierra ignota. Capítulo uve palito.

Peligo había dormido un largo rato cuando despertó. Cosa obvia, pues despertar sin haber dormido es algo que está solo reservado a testigos de jeovah y otros iluminados y/o eso.

Se encontraba en una cómoda cama con frescas y aromáticas sábanas, pero sin embargo estaba bañado en sudor. Notó otra presencia en la misma cama. Casi sin moverse, acertó a rozarla con una mano y al notar que esa otra presencia que con el yacía tenía pelos en el culo, deseó más que cualquier otra cosa que el sudor que le bañaba fuese enteramente suyo.

De repente, la puerta de la habitación se abrió de par en par, esto es, de dos en dos, y penetró en ella una pequeña enana vestida de erótica chacha con plumero dando gritos tal que:

– ¡Fasilcon druspiah francoscoto!

Que en el idioma de los enanos no significaba absolutamente nada, como el lector conocedor de tal lengua habrá podido observar, pero que se le parecía bastante a «venga levantaos de una p**a vez» dicho por alguien que hubiese ingerido grandes cantidades de licor de calabaza.

Mientras la chacha descorría las cortinas, que habían pasado la noche de juerga sexual, la figura al lado de Peligo se incorporó, y mascullando un «Buenos días hijosdeputa» se colocó sus anteojos tintados, se puso una gabardina, un bigote de pelo de yak, un gorro de punto de vuelta de lana y una ballesta de agua, tras lo que salió por la puerta diciendo a todo aquel que pudiese oirle:

– ¡Me voy al abogado!

Peligo, que había permanecido inmóvil durante el proceso de vestido de aquella criatura, se incorporó y preguntó a la enana:

– ¿Paploo paploo?

A lo que esta respondió:

– ¡Coño un ewok!

Tras lo que cayó fulminada por un ataque súbito de copyright, y pasó a mejor vida, a ese sitio donde los personajes de cuentos surrealistas que fallecen o desaparecen van a parar para beber hidromiel y disfrutar de los placeres divinos y terrenales por toda la eternidad. Que somos surrealistas, pero no hijosdeputa.

El pequeño niño-cabra, a la vista de que a la enana, ahora yaciente en el suelo, le asomaban dos cajas de bollycaos de la chepa, aprovechó para desayunar antes de aventurarse al exterior de la habitación. Esta daba a un pasillo que carecía de muro a la derecha, donde había un bello patio con suelo ajardinado y una fuente que representaba a un pegaso lamiendole el lomo a una foca monje que sostenía en sus aletas una caja de la que salía en posición heróica un alado querubín que disparaba flechas al niño que, en lo más alto de la fuente, les meaba a todos en la cara ya que de su pirulin salían tres alegres chorritos de agua, y a la izquierda del pasillo, que tampoco tenía pared, había un bello precipicio con unas vistas magníficas a unos lejanos montes. Al fondo, se erigía majestuosa una construcción que en otro tiempo pudo llamarse «esplendoroso castillo» y ahora atendía más al concepto de «ruinas protegidas».

Peligo dedujo entonces que no era pasillo, sino sendero donde se encontraba.

– Ah, veo que has despertado ya. – era Justiano quien le hablaba – Acompáñame.

Temeroso, Peligo siguió de cerca al mago, que durante el corto trayecto se alivió de gases por vía trasera. A Peligo aquel olor le retrotraía a tiempos más felices, en los que todavía vivía en la montaña, con Pedro, Niebla y las cabras, y podía correr en bragas por las montañas, y podía despeñar cuesta abajo a su amiga en silla de ruedas…

Ensimismado en esos pensamientos andaba Peligo cuando el choque con las posaderas del mago le indicó que el paseo acababa de terminar. Se encontraba en una plazoleta con suelo de adoquines alrededor de la cual había dispuestos varios bancos en los que se sentaban gentes de todas las razas que poblaban Thortamon. Los fornidos Burnsaks del norte. Los fornidos Burnsaks del sur. Los fornidos Burnsaks del este. Los fornidos Burnsaks del oeste. Los fornidos Burnsaks del noreste. Los fornidos Burnsaks del noroeste. Y así sucesivamente, todos los fornidos Burnsaks.

También había enanos, enanas, pequeñuelos, chiquitines, pichurrinos, manguicillos y mingoretos, todos ellos de baja estatura, excepto un larguilampiño de las lejanas tierras de Plenswok, que era bajo pero de estatura moral, y que por cierto, se tocaba por debajo de la túnica mientras miraba a un mingoreto especialmente dicharachero.

En otro banco había hados, hadas, el hada, el hado, un frigo pie y dos pirulos, mientras que a su lado se sentaban los rudos hombres del norte, junto a las suaves mujeres del sur. O más que junto, sobre. Aunque algunos, bajo. Mejor olvidamos este banco. Justiano se subió a la tarima y desde aquel promontorio, comenzó a declamar:

– Os he reunido a todos aquí – comenzó diciendo – porque la profecía se está cumpliendo. Ha llegado el elegido. ¿Os queréis callar coño?

Los congregados, muy respetuosamente, se pasaron la orden del mago por el arco del triunfo. Justiano, agraviado, levantó su cayado (el único que callaba), y golpeando el suelo con el gritó:

– ¡No podéis hablar!

Un centelleante relámpago sacudió el patio, en el que se hizo el silencio excepto en el banco de los rudos hombres del norte y las suaves mujeres del sur, del que no volveremos a hablar.

– Decía – dijo Justiano recomponiéndose – que os he reunido a todos aquí porque la profecía se está cumpliendo. Ha llegado el elegido. Lo hemos esperado durante mucho tiempo, y anoche mismo, llegó a mi puerta.

La concurrencia comenzó a aplaudir hasta que se apagó el cartel luminoso en el que se leía «APLAUSO», que Justiano accionaba con el pie.

– Desgraciadamente, el elegido era Andrew Parajes, y esta misma mañana, tras disfrazarse de fantoche, se ha despeñado por el precipicio del jardín de la fuente del pegaso que le chupa el lomo a la foca. Así que vamos a tener que buscarnos otro elegido.

Parsimoniosamente, Justiano dio un par de palmadas, y ordenó a voz en grito:

– ¡Que venga el detector de elegidos!

Lo que dio lugar a los siguientes acontecimientos:

1.- Ninguno.

Atribulado por las risas coñonas que se oían por lo bajinis, Justiano repitió la orden, con idéntico resultado. Como veía que sus intentos eran fútiles, resignado, se arremangó las faldas de la túnica de mago y fue el mismo hacia el borde del patio, en el que había una jaula. La abrió y de ella salió un extraño animal peludo, sin cuerpo aunque corpóreo. Para describirlo, vamos a realizar el siguiente experimento.

1.- Coge un papel.

2.- Coge un bolígrafo, lápiz, rotulador, moco, algo que pinte.

3.- Dibuja un borrón a base de círculos.

4.- Ponle dos ojos como dos huevos duros en la parte superior y dos conguitos por pupilas.

Exactamente, ese era el aspecto del animal que de la jaula salió, ya que un capiloristro está básicamente creado de pelo y esencia mágica. El capiloristro flotó sobre las cabezas de los allí presentes, lentamente primero, lentamente después, y lentamente también al final (no tenía bulla ninguna). Todos los presentes, guerreros, guerreras, guarreros y guarreras (los del banco ese) se dispusieron a recibirlo, pues aquel que resultase elegido tendría sobre sus hombros la responsabilidad de salvar a Thortamon de su fatal destino pero también tendría bajo sus pies a todo un pueblo agradecido.

Finalmente y lentamente también, se posó con suavidad sobre la cabeza de Peligo.

– ¡No puede ser! – protestaban unos.

– ¡No es posible! – protestaban otros.

– ¡Es injusto! – se quejaban aquellos.

– ¡Es imposible! – decían estos.

– ¿Echamos otro? – decían los del banco, que seguían a lo suyo.

– ¡Callaos todos! – ordenó Justiano – ¡El capiloristro va a hablar!

El silencio se hizo en la sala. Se hizo caca, porque el silencio también se huele, fijaos que los peos que no suenan son los que más huelen. El capiloristro, moviendo sus pelos como bailan las notas en un pentagrama dibujado por un epiléptico en plena crisis, comenzó a emitir una serie de sonidos que ahuyentaron el silencio, que se fue junto a la calma, dejando el patio y a los que en el estaban sumidos en un tenso murmullo.

– ¡CARFILO! – decía el capiloristro – ¡CARFILO CUCA PUS! ¡ESTE ENANO DE MIERDA HUELE AL SUDOR DEL ELEGIDO! ¡ESTE ENANO ES EL NUEVO ELEGIDO! ¡PUS CUCA CARFILO! ¡CARFILO!

– ¡El capiloristro ha hablado! – era Ramón García el que hablaba ahora – ¡Larga vida al capiloristro! ¡Prueba conseguida!

Tras lo cual llegó Anne Igartiburu y agarrándolo de un puñao lo entripó contra la pared más cercana, ganándose así la ovación y el respeto de la concurrencia. Luego se tiró en plancha, cual rubia walkiria, sobre la miasma humana que seguía a lo suyo en el banco del que no volveremos a hablar, fundiéndose con ella.

Justiano, que había permanecido en silencio porque estaba leyendo el guión de «Un rayo de sol», guardó el groso volumen y dijo:

– Señores, señoras, brunsaks, chiquitines, en fin, todos, el capiloristro ha hablado. Tenemos nuevo elegido. Ahora, mi sobrina que ha venido del pueblo a pasar unos días, leerá completa la profecía, por lo que os pido que le dediqueis un aplauso… y los de ese banco, por favor, que no usen otra cosa mas que las manos para aplaudir.

El patio prorrimpió… porrumpumpió… purrompió… bueno, lo que sea, en aplausos. Del interior de las ruinas surgió una bella figura, cándida, rubia, virginal, vestida con una corta blusa con vuelo que le llegaba hasta poco más abajo de la cintura cubriendo apenas su entrepierna y unas manoletinas rosas bonitas bonitas. Su belleza era sólo comparable con una amanecer en verano, cuando el sol despierta tus ojos y te encuentras en la playa y piensas «¿Quién está aquí conmigo?» y te das cuenta que abrazas a una persona a la que no recuerdas haber visto y que lleva puestos tus pantalones. Y a veces, incluso, es del sexo equivocado.

Mientras se aclaraba la voz y desenrollaba un ajado, porque olía a ajo, pergamino, Peligo, que estaba comiendo hierbas para purgarse en una linde del patio, pensaba en lo que le estaba ocurriendo. Se le había puesto en la cabeza una pelusa con ojos que al parecer podía oler el sudor del elegido. Aquello no le gustaba ni una pizca, porque significaba:

1.- Que de alguna manera, no quería pensar como, el sudor del elegido había pasado a su cuerpo.

2.- Que de alguna manera, y eso si que no quería pensar como, su dolor de ojete tenía explicación.

– Thortameños todos – comenzó la virginal sobrina, con una grave voz que parecía pertenecer a otra persona – estamos aquí reunidos para proceder a la lectura de la profecía, que dice así – y lanzando un gargajo, prosiguió – «Muchos pesares deberá pasar el elegido. Deberá cruzar pozos de fuego. Deberá cruzar montañas nevadas. Deberá escuchar el crujir de los huesos de la parca, y su guadaña cercenando un millar de vidas más allá de los confines de la vida. Deberá aguantar dolores y pesares más allá de los confines del sufrimiento. – Peligo, bajo su frondoso pelo, empezaba a palidecer – Deberá enfrentarse a sus propios terrores, perdiendo varios miembros en su búsqueda de los artefactos mágicos que permitirán que la paz vuelva a Thortamon. Deberá sacrificar su propia vida para conseguirlos y así restablecer el orden universal en Thortamon, y acabar con la tiranía de los malvados – Peligo, que visto el percal intentaba escabullirse, fue rápidamente interceptado por Justiano, que lo sujetó por el cogote con férrea mano – que asolan esta bendita tierra.

Y los artefactos que el elegido deberá blandir y defender hasta que no quede una gota de sangre en su cuerpo, son el sagrado casco del rey muerto Lamoto, la cadena de la princesa bruja Lavici y el escudo mágico del temible vampiro Dekartón. Y con ellos combatirá a todo el ejército de no muertos, y con ellos aplastará a los ejércitos del malvado Bifridón hasta que este caiga a sus pies.»

El aplauso unánime del público hizo que la bella sobrina de Justiano, emocionada, levantase las manos en señal de triunfo, lo que hizo que la blusa se levantase un poco, pero lo suficiente para dejar al descubierto sus ingles y el órgano que, dada su excitación por la lectura en público, se hallaba completamente en posición de firmes.

El silencio se hizo en el patio, y todas las miradas se dirigieron a Justiano para luego volver a la entrepierna de la sobrina con pene, y luego de nuevo a Justiano, que con una tos nerviosa dijo:

– Bueno, bueno, vamos a seguir con lo del elegido…

– ¿Pero Justiano, te has vuelto loco? – inquirió un poderoso Brunsak del noroeste pero más del nor que del oeste – ¿Cómo pretendes que ese bicho peludo reúna las míticas armas mágicas para combatir el mal?

– No será necesario, oh poderoso Brunsak del noroeste pero más del nor que del oeste.

– ¿Que no? ¿Que me decís? ¿No esperan entonces a esa bola de pelo un huevo de capítulos buscando esas cosas y visitando tierras ignotas, conociendo seres fantásticos y sorteando uno y mil peligros?

– Efectivamente.

– ¿Cómo es posible? – dijo Lorenzo Milá, que estaba allí también.

– Pues… porque aquí mi sobrina, en videoconferencia por la bola de cristal, por la ballcam, ha conseguido que a cambio de ciertos shows privados nos envíen los artefactos sus legítimos dueños. Así que, Peligo – dijo volviéndose hacia el pequeño cabroncete – prepárate.

Justiano dio un par de palmas y ahora si, aparecieron tres venuses, etéreas venuses, vestidas con vestidos de gasa venuses, llenas de venas las venuses, con una bandeja de plata cada una, en la que reposaban las tres reliquias ancestrales.

Mientras, en el otro lado del patio, comenzó a entrar un coro, que una vez dispuestos, empezaron a entonar una antigua canción élfica:

– ¡Algo se muere en el Lothlorien, cuando un amigo se vá!

– ¿Pero que coño es esto? – preguntó Justiano al director del coro.

– Nada, nada, que el coro élfico está todo con gastroenteritis, y sólo he encontrado este coro rociero…

Haciendo de tripas corazón y con lo que sobró morcilla de arroz, Justiano prosiguió con la ceremonia.

– Peligo, loas y olas y alos para ti, elegido, a ti te impongo el casco…

– ¡Olé, olé, oleoleole, oleoleoleOLEOLEOLEOLEoleoleolÉ!

– … el casco decía del rey Lamoto…

– ¡A Rivendel yo quiero volvé para decirle a Galadrié, con un oléeeee!

– … eso, del rey Lamoto y también te hago entrega de la cadena…

– ¿Que tiene la elfa mora, que a todas hora…?

– ¡Bueno basta! ¿Sabéis lo que os digo? ¡Que así no hay manera de hacer un concilio! – dijo Justiano, fuera de si – ¡Toma niño! ¡Llévate todo estoy y anda y que os den por culo a todos! ¡Manolo venga que nos vamos!

Manolo, su sobrina, le siguió entonces al interior de las ruinas mientras el resto de asistentes al concilio se dispersaron, calificando el encuentro entre «Puta mierda» y «Absurda pérdida de tiempo», excepto los del banco del que no volveremos a hablar, que lo calificaron unánimemente de «Entretenida tarde».

Peligó allí se quedó, plantado en el centro del patio, preguntándose que coño hacer ahora con un casco de Lamoto, una cadena de Lavici y un escudo Dekartón.

Un buen rato permaneció pensando en estas y otras cuestiones, hasta que de repente una voz le sacó de sus reflexiones.

– Hola pequeña bolita de mierda.

Peligo se giró y empezar a temblar y mearse encima fue todo una misma cosa. Un orco de más de dos palmos de troll estaba plantado delante suya.

– Te vienes conmigo, mi señor quiere conocerte mejor.

Y así fue como Peligo fue raptado por Carapán, el señor de la guerra orco, y de cómo comenzó su leyenda.

Y esas cosas.

9 comentarios en “Thortamon, tierra ignota. Capítulo uve palito.

  1. mapashito

    La puta caña. No puede haber historia con más risas por párrafo cuadrado. Los enseres mágicos dekartón, lavici y lamoto, ajajja, me duele el ojal solo de recordarlo. Y qué decir del coro rociero…. Magistral!!!

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